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Archive for abril 2009

Ahora…

Y ahora que parece que el apocalipsis escribe las últimas líneas de su  autoprofecía, y los signos del fin de los tiempos corren por las venas de esta ciudad global sin rincones para esconderse, sin islas para naufragar, ni países apropiados para el exilio, llegas tú,  con tu voz sin tiempo, con tus ojos guardianes de infinitos mundos sin edad, llegas ahora besando espaldas de años, acunando los sueños sin espinas, hermano de madrugadas y de constelaciones. Ahora que el cielo es amenaza, y el aire mata, y las palomas dan miedo, y los árboles se suicidan, llegas tú a hacerme de nube, a hacerme de lava,  a reescribir el tiempo en otro orden, a desordenarme los pentagramas de mis creencias, a ponerle nombre a los deseos, a lanzar por los aires las páginas de los almanaques para enseñarme que el tiempo es mentira, que venimos de otros días que aún no han sido, que has besado mis hombros antes de conocerme, que aún no he rozado cada uno de tus dedos, a hacerme creer todas las hermosas mentiras repetidas, como que sin más, al mirarnos, hemos inventado la belleza.

Ahora, que el futuro también es mentira,  que el mundo se derrumba, y que las autoridades prohíben los besos,  y que a nosotros nos da por enamorarnos.

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¿Libros?

Iba a escribir una entrada muy propia para este día: libros y rosas,páginas escritas, autores, lectores. Pero me ha podido la indignación porque he oído en la radio, que Berlusconi, ese modélico estadista, está aleccionando (menos mal, al menos las alecciona!!!) a una serie de actrices, modelos y , sí, concursantes de Gran Hermano, para que formen parte de la candidatura de su partido en las elecciones europeas que se celebrarán en junio. Para mejorar la imagen, dice. Que adornan mucho las chicas monas, ya se sabe.

Definitivamente este mundo no lo entiendo.

Y no. Por razones obvias no me da la gana de poner la foto de ninguna modelo. Hala.

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Cumplir un siglo

Hoy hay una mujer que cumple cien años. No quiere celebrar su cumpleaños con una fiesta, ni con homenajes, ni con tartas con cien velitas. Dice que cumplir cien años no es un mérito, y va a hacer lo que más le gusta, lo que lleva siendo su pasión desde hace tanto tiempo que casi es imposible acordarse: va a dar una conferencia sobre el cerebro, que es a lo que  ha entregado toda su vida. Se llama Rita Levi Montalcini y tiene un siglo.

No hace demasiado tiempo que supe de ella. Sí que había leído en los periódicos en su momento que había obtenido el premio Nobel (casi siempre que lo consigue una mujer, la noticia tiene un plus de interés) hace más de veinte años. Pero últimamente fueron cayendo en mis manos entrevistas, información, referencias y descubrí la existencia de esta mujer que encarna aquello que personalmente daría no sé cuánto por llegar a ser.

Lúcida (asegura que su capacidad cerebral es ahora mayor que cuando tenía veinte años), brillante, ética, feminista convencida, entregada a lo que la apasiona, entusiasmada con la posibilidad de descubrir, asegura no tener ningún miedo a la muerte : «La muerte no existe, no le déis importancia, no tengáis miedo, lo importante es dejar huella. Lo que de verdad importa son los mensajes que dejamos«.

Descubridora en 1951 el Factor del Crecimiento Celular del Sistema Nervioso Periférico (NGF), alerta sobre los riesgos que se ocultan en nuestro cerebro, concretamente en el hemisferio derecho, el menos evolucionado, con menos posibilidad de raciocinio «el cerebro límbico, el hemisferio derecho, no ha tenido un desarrollo somático ni funcional. Y, desgraciadamente, todavía hoy predomina sobre el otro. Todo lo que pasa en las grandes tragedias se debe al hecho de que este cerebro arcaico domina al de la verdadera razón. Por eso debemos estar alerta. Hoy puede ser el fin de la humanidad. En todas las grandes tragedias se camufla la inteligencia y el razonamiento con ese instinto de bajo nivel. Los regímenes totalitarios de Mussolini, Hitler y Stalin convencieron a las poblaciones con ese raciocinio, que es puro instinto y surge en el origen de la vida de los vertebrados, pero que no tiene que ver con el razonamiento. El peligro es que aquello que salvó al australopithecus cuando bajó del árbol siga predominando.»

Hoy cumple cien años y no sabe cuál es el secreto para ello, aunque sospecha que probablemente la clave esté en no pensar demasiado en ella, en mantener el cerebro activo, ilusionado, funcionando.

A mí lo que me gusta mucho es la respuesta que dio en una ocasión, hace poco tiempo a un periodista que le preguntaba qué haría si tuviera veinte años:

-¡Pero si estoy haciéndolo!

Felicidades, Rita.

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Qué asco, pordiós

Ya hace tiempo que renuncié a entender este mundo, porque cuando se ven los desmanes con una claridad tan evidente y sin embargo todo sigue como si tal cosa, empiezas a pensar que va a ser que tú eres la única (o que formas parte de un pequeño grupo, en cualquier caso) que está equivocada. Porque el mundo ahí va, ahí sigue.

La historia de Rubina, la niña de Slumdog millionaire, y el presunto intento de venta por parte de su padre ha llamado la atención de medios de comunicación que, en su mayoría, han puesto el grito en el cielo porque, por lo que puede parecer, su padre negoció con la venta de la niña a un jeque árabe, cuya mujer no podía tener hijos , según he leído en no sé dónde. Vale. Qué bajeza moral, claro, vender a un hijo. Los pobres no sólo es que sean pobres, es que no tienen ni la más mínima decencia. Y no digamos cuando se asoman a ese otro mundo, el de los ricos, y luego tienen que volver a su miseria, que fíjate tú, que ya no quieren vivir en las mismas condiciones, serán inconformistas…  Ese tipo de mensaje se ha transmitido de modo más o menos explícito a lo largo de estos días, desde una superioridad moral (hace muy poquito oí a Ana Rosa por una de esas desgraciadas casualidades y todavía tengo las tripas revueltas) muy asumida por la sociedad esta, tan limpia, tan correcta y tan beligerante contra las injusticias, al menos contra según qué injusticias. Pero nadie dice nada de la otra parte. Nadie juzga lo que hay de absolutamente inmoral en el hecho de que periodistas se hagan pasar por un jeque árabe y negocien en inglés con el padre de la niña una posible adopción y  con esos datos construyan una noticia en la que el padre pasa a ser esa figura grotesca que pone en venta a la hija. Porque  no es lo mismo que el padre haya puesto en venta a su hija, a que el padre se haya dignado hablar con alguien que se ofreció a adoptar a su hija. Da igual que la niña diga que ella está estupendamente con su padre, y que éste niegue que tuviera la más mínima intención de venderla, y que él se limitó a hablar con una gente a la que no entedía muy bien, que le hablaron de adoptar a la niña, pero que no los entendió del todo. Porque entonces, los periodistas harán hincapié en las quejas del padre porque apenas han visto un duro después del éxito de la peli: porque así se justifica, que hay que ver, míralos, ahora que han conocido el lujo y el glamour, no quieren volver a su vida…

Me estoy explicando muy mal, pero es que estoy muy cabreada. Porque a lo mejor estoy equivocada, pero me da la nariz que las cosas no son como nos las cuentan, al menos no del todo. Porque si hay algo que me horroriza es que se venda a los niños. Pero si hay algo que me horroriza aún más es que se cocinen noticias montando teatritos bajo el cartel de «periodismo de investigación», buscando únicamente, a partir de una mala interpretación (el padre de Rubina no sabe inglés) un motivo para que esta santa sociedad occidental se escandalice y se coloque, otro ratito más en el escalón más alto de la superioridad moral.

Qué asco.

latika

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A por el lunes

Después del desahogo del último post, por el que me disculpo, porque lo cierto es que odio hacerlo, pero también es verdad que si el otro día no lo suelto, seguramente me habría reventado alguna vena por dentro o algo, después del último post, digo, se nos presenta una semana, un lunes, inusual para mí por lo de la baja y eso, pero con algo de vuelta a la vida normal después del fin de semana.
Así que mejor hacerlo con un poco de música.

¿Alguien recuerda esta canción?

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Lo difícil

Al principio crees que es transitorio. No, no es cierto: al principio incluso piensas que es mentira. Que da igual que te hayan dado un diagnóstico de una enfermedad crónica y absurda, que en cuanto descanses un par de meses, volverás a se la que eras. Como si no pudieras tú con ello. Luego,  los meses empiezan a pasar y a pesar de ello, continúas confiando en la transitoriedad. Un día estarás mejor, y luego hasta estarás bien. Todo lo que vas dejando de hacer, se retomará en algún momento, hay que tener paciencia, pasarán estos días, estos meses en los que el tiempo parece haberse detenido.

Pero luego transcurrido el tiempo que marcan las burocracias y la administración, tienes que reincorporarte al trabajo, y lo haces, y hasta piensas que vas a poder con ello, porque encima, de forma absolutamente extraordinaria, e inusual (y más en estos tiempos), tu empresa se porta, y te echa una mano. Y gracias a ello, y al apoyo incondicional, y a que eres una cabezota, aguantas casi medio año, aunque haya días, casi todos, en que te arrastras hasta tu mesa, y vuelves a casa como si volvieras de la guerra, y la vida es una sucesión de pijama/traje de chaqueta/pijama, y los fines de semana los pasas en la cama, porque no puedes más, hasta que ya no puedes más, y de nuevo la baja.

Lo difícil no es estar enferma: hay cosas mil veces peores que este síndrome de fatiga crónica y fibromialgia que se ha instalado sin ninguna invitación en mi vida y se ha hecho dueña de cada uno de mis pasos y cada una de mis decisiones. Lo difícil no es tener que entender que no puedes hacer absolutamente nada sin que el dolor te pase factura, sin que el agotamiento te lleve irremediablemente a tener que tirarte sobre la cama. Que leer una novela es una tarea casi imposible. Que ya no puedes hacer dos y tres cosas a la vez como antes. Que a veces te pierdes cuando estás viendo una película. Que tienes un amplio repertorio de dolores estúpidos, inexplicables y continuos por todo el cuerpo. Que te despiertas tan cansada, o más, que cuando te acostaste. Que dos conversaciones cruzadas (y a veces una) pueden llegar a aturullarte. Que te agota cada emoción (incluso las «buenas» emociones). Que la energía con la que te despiertas, que no es mucha, se desvanece a media mañana sin hacer nada, y en diez minutos, si te da, por ejemplo, por algo más que hacer la cama. Que caminar más de diez minutos te obliga a buscar con la mirada un banco en el que sentarte. Que cuando te lavas el pelo, casi siempre tienen que ayudarte a aclararlo y a secarlo. Que cualquier olor de productos químicos (a veces incluso los perfumes) te levantan un dolor de cabeza que puede durar días. Que a veces, el ruido de las olas con la ventana abierta, se hace insoportable. Que a partir de las seis de la tarde, tienes décimas de fiebre. Que si te pasas mínimamente, la fiebre llega casi a 38 grados. Que las dificultades para concentrarte te haga que siempre dudes de si habrás hecho bien cualquier cosa que has hecho. Que esa inseguridad te eleve, por muy controlada y racional que seas, la ansiedad por encima de lo asumible. Que lo pasas fatal cuando te llaman tus amigos porque nunca puedes decirles que estás mejor, y terminas por pensar que eres un ser absolutamente monográfico. Que no puedes planear absolutamente nada, porque nunca sabes cómo te vas a encontrar ese día. Que cualquier viaje en coche de más de cincuenta kilómetros es agotador. Que te cansa estar fuera de tus rutinas, de tu espacio, del silencio de tu cuarto y de tu casa. Que seguir sonriendo y diciendo que bueno, que estás más o menos, se lleva gran parte de tu energía. Y tantas otras cosas.

No. Lo difícil no es estar enferma. Lo verdaderamente difícil es estarlo, pero tener que actuar como si no lo estuvieras. Pensar que tienes que volver a trabajar y tendrás que vivir como si no estuvieras enferma, comiéndote el dolor y el agotamiento. Que algunas personas (y no hablo de los míos, ni de los amigos, que benditos todos ellos, si no fuera por lo querida que me siento, no habría podido con ello) te digan, cuando les dices que tienes fatiga crónica, que ellos también están muy cansados. Que te digan por qué no te vienes, mujer (compromisos, comidas, visitas), total, si estás mal, qué más te da estar mal en tu casa que aquí. Que todavía haya mucha gente que piense que eso de la fibromialgia y la fatiga crónica es la coartada perfecta para los vagos que quieren estar de baja. Que en la Inspección Médica te traten como si fueras una delincuente. Que te digan cosas como: «Todo eso que te pasa… ¿no será psicológico?». Que te sientas culpable (pero muy MUY culpable) porque al fin y al cabo no estás tan mal, otros están peor y a lo mejor no se quejan tanto, y ya verás cuando te ocurra una desgracia de verdad, cómo vas a lamentar haberte quejado por tan poca cosa, porque, como lo que te pasa no se ve, a veces tienes la tentación de pensar que es poca cosa. Que a veces cuando hablas con alguien de estas cosas, tengas que hacer esfuerzos porque terminas llorando. Que la sospecha de que nunca volverás a ser la que eras, se confirme lenta pero inexorablemente. Que por mucho que te quieran, no puedas evitar sentirte un auténtico coñazo para los que te rodean.

Lo verdaderamente difícil, es asumir que estás enferma, mucho más allá de saber que estás enferma.

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(Drap Blanc, de Claude Gaveau)

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Si Oscar Wilde leyera los periódicos de estos días, lo mismo habría escrito una obra que, mira por dónde se parecería mucho a las de Kafka.

Leo con asombro que se parece (mucho) a la incredulidad, que un madrileño se va a pasar unos días a Granada en Semana Santa y lo detienen en su hotel sin explicaciones, lo llevan a la cárcel y allí pasa CINCO días (es lo que tienen las fiestas, oye, que todo se paraliza) hasta que se aclara que lo único que ocurre es que su PRIMER apellido coincidía con el de un fulano al que la policía buscaba. Para mayor inri (con lo apropiada que es la expresión en esas fechas tan santas) el tipo que buscaban YA estaba en la cárcel, en Castellón.

Al principio pensé que el problema, la confusión, procedía de la coincidencia de nombres y apellidos, pero ni siquiera eso. El tío al que buscaban se llamaba Israel Tena Martí, y el detenido, Juan Enrique Tena Martín. El despropósito es tan enorme que cualquier pregunta,( sí, cualquiera incluyendo si en estos tiempos de adsl y demás no había ni una maldita foto con la que comparar los caretos, por ejemplo) no hace más que añadir estupefacción a lo que ha pasado.

El otro día tuve la curiosidad de buscar mi propio nombre en facebook. Y, vaya, mi nombre y mi apellido no es particularmente frecuente, pero me encontré con que somos como mínimo cinco las personas que compartimos el nombre y el primer apellido. Eso en el universo de facebook. No quiero ni pensar cuántas más habrá en todo el mundo.

Tal como están las cosas, sólo me queda pedir a los dioses que mis tocayas sean buena gente, que cumplan con la ley y no se les ocurra delinquir. Por lo que pueda pasar. Eso, o viajar con un abogado en la maleta. ¿Alguno en la sala, por favor, que se preste como voluntario?dsc_1970La foto de hoy mira al este, para variar. Y para comprobar cómo amanece desde mi ventana.

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El largo adiós

Un buen día tus hijos, que parece que nacieron ayer y que siempre iban a estar agarrados a tu mano, o con sus piernas abrazándote las caderas como una pinza, son mayores y vuelan y tienen su propia vida. Y tú te sientes orgullosa, qué remedio, porque es así. Porque has conseguido que sean responsables, y que tomen sus propias decisiones, y que vivan por sí mismos, y que sean dueños de su vida. Que estén haciendo lo que quieren hacer, y que vivan de acuerdo a sus convicciones, a sus proyectos. O sea, que deberías estar feliz, y lo estás.

Entonces, ¿por qué ese nudo, por qué esa sensación de que el corazón se hace pedazos cada vez que, después de unos días en casa, el niño se marcha y vuelve a su vida, a su último curso de carrera, a otra ciudad, tan lejos?

¿No será que de pronto has comprendido que esto será siempre así, que en lo sucesivo, la vida con aquellos niños que con su media lengua a veces te ponían la cabeza como un tambor, es puro pasado, sólo unas fotos y un puñado de cintas de vídeo (que por cierto, ni siquiera tienes valor para ver) y ahora todo es un largo adiós que no se acaba, una sensación de despedida continua?

Anoche me acordaba de Eva, una amiga que ahora vive en Sudáfrica. En uno de sus viajes por el mundo conoció a un sudafricano del que se enamoró y vivieron una larga temporada de encontrarse en los lugares más peregrinos, en aeropuertos, siempre de forma provisional. Ella me contaba que un buen día, en no sé qué aeropuerto, de pronto se habían dicho: «Ya está bien, esta vida que llevamos es una continua despedida». Y se casaron.

Lo malo es que con los hijos, ni siquiera te queda esa salida.

Actualización: el niño se marcha y me deja el corazón tristón y eso, y a cambio la niña, me alegra por lo bien que escribe (ay, esas babas)

Actualización 2.- He eliminado, como es patente, la foto que había colocado. Había dos razones: una, la de ese cierto pudor aliado con la semi anonimidad (sí, la palabra no existe, ya lo sé) que siempre me lleva a cuestionarme a la hora de colgar en el blog fotos propias. Pero sobre todo, la razón principal tiene que ver con la pertenencia, con determinados vínculos secretos de propiedad, que nada tienen que ver con el copyright: esa foto, ya sabes, tiene un lugar donde estar. Esa foto es tuya, y lo sabes.

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La tentación de la huida

A veces, seguramente más de las deseables, tengo la tentación de huir. No de emprender viajes larguísimos, ni de buscar paraísos lejanos. No. Mis tentaciones de huida son hacia dentro, son tentaciones de refugio. Ocultarme, no saber, no responder al teléfono. Todos tenemos escondites en la memoria: lugares secretos en los que el mundo podía ser como queríamos, en el que nosotros éramos los únicos dueños del guión de nuestra historia. Todos tenemos un árbol hueco, o el espacio situado debajo de una escalera, o el rincón que se formaba en nuestro cuarto si abríamos la puerta del armario y la convertíamos en frontera y parapeto. Después aprendimos a compartir los escondites, porque eran sitios muy buenos para los besos, y para los secretos y las historias empezaron a ser compartidas con nuestros mejores amigos, con el chico que nos gustaba.

Pero luego resulta que ya eres muy mayor y descubres que necesitas huir también, para ocultarte del dolor, o del miedo, o de la angustia que te proporciona sentir que ya no eres la que eras. Y entonces querrías que no hubiera nada más que el milenario castaño hueco, o el rincón de una alacena, o el espacio que quedaba debajo de la escalera. Esconderte allí y que el mundo siguiera su rumbo, su interminable discurso de loco, pero que te dejara ahí. Que pudieras huir de la pena que te da eso de comprobar que el ritmo al que se mueve tu cerebro no es exactamente el mismo que era. Y que no tiene mucha pinta de mejorar.

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(La foto, para variar, procede de la red y no he podido encontrar ningún dato de su autor.)

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Una recomendación: Spotify

Sí, ya sé. A buenas horas vengo yo a descubrir que la tierra es redonda. Ya hace meses que de forma muy general la gente (y yo misma)  está utilizando Spotify, no ya como alternativa a Last.fm (que además, parece que ahora, por lo que he leído por ahí va a convertirse en un servicio de pago) , sino por sus propias cualidades.

Spotify es un sistema de música online. Tiene un amplio catálogo de canciones (aunque no está todo, claro, si fuera así, no sería una aplicación: sería un milagro) y permite generar nuestras propias listas para escuchar del modo que queramos. Ya sé que todos tenemos una cierta tendencia a «almacenar» música en el disco duro, pero Spotify es una buena opción para escuchar canciones mientras estamos conectados, para conocer cosas nuevas sin necesidad de ocupar espacio en nuestro equipo, y aunque la versión gratuita tiene de vez en cuando interrupciones publicitarias, puedo asegurar que no entorpecen gran cosa. A modo de ejemplo, como entre los lectores de este blog hay muchos sabineros, puedo decir que se puede escuchar casi todo Sabina. Yo creo que TODO. Sólo hay que abrir una cuenta y bajar una pequeña aplicación. Un interminable repertorio de canciones queda inmediatamente a nuestra disposición.

Existe la opción de compartir las listas de otras canciones, pero todavía no he explorado esa posibilidad. De momento estoy muy ocupada (y desde hace meses) escuchando lo que se me ocurre a mí, sin más.

ACTUALIZACIÓN.- Olvidé dejaros esta dirección por si estáis interesados en Spotify. Va directamente a la invitación, se abre la cuenta y no hay que esperar, que si no, a veces tarda una eternidad. De este modo se puede abrir la cuenta de forma inmediata.

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(La foto es del domingo pasado, en casa de mis padres. Árboles floridos, cielo azul, y un avión que pasa. Las metáforas, a gusto del lector…)

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