(La foto la encontré en la red. No sé quién es su autor, y ya me gustaría saberlo para poder indicarlo…)
Vaya por delante que nunca he sido una militante de la llingua. Que utilizo el castellano como lengua aunque a veces recurra a términos en asturiano porque por la razón que sea, se ajustan mejor a lo que quiero expresar. Que pienso que una lengua nunca se puede imponer y que son los hablantes quienes la construyen.
Pero es que hay cosas que claman al cielo. Y que en la Universidad de Oviedo, en la Facultad de Filología haya sucedido lo que sucedió el otro día, me pone de los nervios, a mí, insisto, que no soy ninguna enfervorecida defensora del asturiano. Lo que ha sucedido, a grandes rasgos es que el decanato había propuesto una estructura de los títulos de grado de cara a la reforma del espacio europeo. Todas las enmiendas fueron rechazadas, pero mira por dónde que un profesor va y presenta una que consiste en que vale, se aprueba todo, con tal de que desaparezca el asturiano de las titulaciones de grado. Y se vota y a favor de esta enmienda se contabilizan 34 votos, 30 en contra y 7 en blanco. Así que por cuatro votos, pero los suficientes para que desaparezca el asturiano de una facultad de filología de la universidad asturiana donde sí se puede estudiar (y yo me alegro de ello) el inglés, el francés, el italiano y el portugués.
Alguno pensará que estamos hablando de enseñanza obligatoria del asturiano. No. En absoluto. Eran asignaturas optativas, y la titulación, lógicamente totalmente voluntaria.
Y esto sucede, qué casualidad, a la vez que de la mano de Savater se lanza un manifiesto de defensa del castellano. El castellano amenazado. Y yo, que utilizo el castellano, que me gusta esta lengua, me debato entre morirme de risa y morirme de indignación.
Claro que defiendo el castellano. Pero, por favor, que nadie quiera tomarnos el pelo, que no vamos a tragar. Que no se nos escapa que esta iniciativa está teñida de otras intenciones. Sí, ya sé que me vendrán con el rollito de que hay unos nacionalismos (periféricos, quiero decir) que esgrimen su lengua como mecanismo de exclusión. Pero no es eso. Claro que no lo es.
Hace tiempo que vengo sospechando que hay una campaña subterránea (y no me estoy poniendo conspiranoica, porque es de lo más evidente) que persigue la confrontación. El Partido Popular lleva más de cuatro años practicándola de forma inmisericorde en lo puramente político y ahora vienen los refuerzos de UPyD, con la ínclita Rosa Díez (que sería como para dedicarle un post, pero me temo que no iba a poder resistir la tentación de hacer alusión a su último cambio de look en plan fashion con extensiones incluidas en su melena, y no me parece muy elegante por mi parte) y con Savater, de quien alguna vez pensé, lo confieso, de otra manera, a lo mejor porque era él el que era de otra manera. Estos refuerzos buscan sistemáticamente la confrontación en el asunto del nacionalismo. Y sí, ya sé que se me puede hablar de las imposiciones que los nacionalismos (los periféricos, me refiero) practican. Pero no estamos hablando de eso. Estamos hablando de que este tipo de prácticas, esa defensa feroz del castellano (un idioma, que dicho sea de paso, creo yo que no necesita ser defendido: goza de una salud excelente y creciendo…) están encaminadas a la exclusión de las otras lenguas. Están encaminadas a la imposición del nacionalismo español. Y ése es el camino más seguro para que los otros nacionalismos (con toda la razón del mundo) se exalten.
Así que no me hablen de manifiestos a favor del castellano, y no me acusen con el dedo de sospechosa de nacionalismo asturiano extremo porque ni lo soy ni nunca lo he sido. A mí me gustaría conocer mejor el asturiano, porque mi familia lo ha hablado desde hace siglos. Y también me encantaría conocer el catalán y el noruego y el idioma que hable la tribu más remota de la Amazonia. Porque tendría muchas formas, tendría un abanico mucho más amplio para entender la vida, para nombrar las cosas, para delimitar modos de sentir, porque podría comprender que la nieve tiene muchos más colores que el blanco, y podría expresar esas cosas a las que a veces no les encuentro nombre, y que quién sabe qué hablantes de qué remota lengua tienen en su vocabulario.
Sí, el castellano amenazadísimo. Y mientras tanto, en la Facultad de Filología de la Universidad de Oviedo, a golpe de votos, se acaba con el asturiano. Y parece que la cosa no tiene mucha solución. Así que desde aquí solo la rabia. Y el abrazo a quienes tuvieron la dignidad de dimitir: la decana Ana Cano, la secretaria del decanato, Cristina Valdés, y el vicedecano de Estudiantes, Aurelio González Ovies, uno de los poetas más sensibles y más buena gente que conozco,a quien, dicho sea de paso, quiero mucho.
Nota. Por cierto, estoy un poco mejor. Muchísimas gracias a todos por todos los comentarios, por tanto cariño que me ha llegado al buzón en forma de mensajes, por vuestros buenos deseos. Y ahora me voy a pasarme por vuestros blogs, que los tengo atrasadísimos. Espero ir poniéndome al día poco a poco.