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Archive for junio 2008

Lenguas amenazadas

(La foto la encontré en la red. No sé quién es su autor, y ya me gustaría saberlo para poder indicarlo…)

Vaya por delante que nunca he sido una militante de la llingua. Que utilizo el castellano como lengua aunque a veces recurra a términos en asturiano porque por la razón que sea, se ajustan mejor a lo que quiero expresar. Que pienso que una lengua nunca se puede imponer y que son los hablantes quienes la construyen.

Pero es que hay cosas que claman al cielo. Y que en la Universidad de Oviedo, en la Facultad de Filología haya sucedido lo que sucedió el otro día, me pone de los nervios, a mí, insisto, que no soy ninguna enfervorecida defensora del asturiano. Lo que ha sucedido, a grandes rasgos es que el decanato había propuesto una estructura de los títulos de grado de cara a la reforma del espacio europeo. Todas las enmiendas fueron rechazadas, pero mira por dónde que un profesor va y presenta una que consiste en que vale, se aprueba todo, con tal de que desaparezca el asturiano de las titulaciones de grado. Y se vota y a favor de esta enmienda se contabilizan 34 votos, 30 en contra y 7 en blanco. Así que por cuatro votos, pero los suficientes para que desaparezca el asturiano de una facultad de filología de la universidad asturiana donde sí se puede estudiar (y yo me alegro de ello) el inglés, el francés, el italiano y el portugués.

Alguno pensará que estamos hablando de enseñanza obligatoria del asturiano. No. En absoluto. Eran asignaturas optativas, y la titulación, lógicamente totalmente voluntaria.

Y esto sucede, qué casualidad, a la vez que de la mano de Savater se lanza un manifiesto de defensa del castellano. El castellano amenazado. Y yo, que utilizo el castellano, que me gusta esta lengua, me debato entre morirme de risa y morirme de indignación.

Claro que defiendo el castellano. Pero, por favor, que nadie quiera tomarnos el pelo, que no vamos a tragar. Que no se nos escapa que esta iniciativa está teñida de otras intenciones. Sí, ya sé que me vendrán con el rollito de que hay unos nacionalismos (periféricos, quiero decir) que esgrimen su lengua como mecanismo de exclusión. Pero no es eso. Claro que no lo es.
Hace tiempo que vengo sospechando que hay una campaña subterránea (y no me estoy poniendo conspiranoica, porque es de lo más evidente) que persigue la confrontación. El Partido Popular lleva más de cuatro años practicándola de forma inmisericorde en lo puramente político y ahora vienen los refuerzos de UPyD, con la ínclita Rosa Díez (que sería como para dedicarle un post, pero me temo que no iba a poder resistir la tentación de hacer alusión a su último cambio de look en plan fashion con extensiones incluidas en su melena, y no me parece muy elegante por mi parte) y con Savater, de quien alguna vez pensé, lo confieso, de otra manera, a lo mejor porque era él el que era de otra manera. Estos refuerzos buscan sistemáticamente la confrontación en el asunto del nacionalismo. Y sí, ya sé que se me puede hablar de las imposiciones que los nacionalismos (los periféricos, me refiero) practican. Pero no estamos hablando de eso. Estamos hablando de que este tipo de prácticas, esa defensa feroz del castellano (un idioma, que dicho sea de paso, creo yo que no necesita ser defendido: goza de una salud excelente y creciendo…) están encaminadas a la exclusión de las otras lenguas. Están encaminadas a la imposición del nacionalismo español. Y ése es el camino más seguro para que los otros nacionalismos (con toda la razón del mundo) se exalten.

Así que no me hablen de manifiestos a favor del castellano, y no me acusen con el dedo de sospechosa de nacionalismo asturiano extremo porque ni lo soy ni nunca lo he sido. A mí me gustaría conocer mejor el asturiano, porque mi familia lo ha hablado desde hace siglos. Y también me encantaría conocer el catalán y el noruego y el idioma que hable la tribu más remota de la Amazonia. Porque tendría muchas formas, tendría un abanico mucho más amplio para entender la vida, para nombrar las cosas, para delimitar modos de sentir, porque podría comprender que la nieve tiene muchos más colores que el blanco, y podría expresar esas cosas a las que a veces no les encuentro nombre, y que quién sabe qué hablantes de qué remota lengua tienen en su vocabulario.

Sí, el castellano amenazadísimo. Y mientras tanto, en la Facultad de Filología de la Universidad de Oviedo, a golpe de votos, se acaba con el asturiano. Y parece que la cosa no tiene mucha solución. Así que desde aquí solo la rabia. Y el abrazo a quienes tuvieron la dignidad de dimitir: la decana Ana Cano, la secretaria del decanato, Cristina Valdés, y el vicedecano de Estudiantes, Aurelio González Ovies, uno de los poetas más sensibles y más buena gente que conozco,a quien, dicho sea de paso, quiero mucho.

Nota. Por cierto, estoy un poco mejor. Muchísimas gracias a todos por todos los comentarios, por tanto cariño que me ha llegado al buzón en forma de mensajes, por vuestros buenos deseos. Y ahora me voy a pasarme por vuestros blogs, que los tengo atrasadísimos. Espero ir poniéndome al día poco a poco.

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Días de gris vestidos

Estos días están siendo particularmente malos. Agotamiento, dolor, malestar. Las historias de siempre, y un poco más de desánimo del acostumbrado, porque esto, a veces, se hace insoportable. Son ya demasiados meses de ver cómo mi vida se ha convertido en algo que no reconozco, que yo misma me he convertido en alguien que apenas reconozco. Tendría que saber que esta enfermedad es así, pero a veces me cuesta entenderlo del todo.

Porque, vamos a ver, qué hago aquí, ahora, en este mismo momento en que escribo, en la mecedora, mientras mi hija está leyendo poemas en un homenaje a Angel González en el que también intervienen (y yo aquí) gente como Pedro Guerra, o Luis Pastor, o Miguel Ríos…

En fin. Que vendrán días mejores, que me permitan, entre otras cosas, pasearme por los blogs que adoro (los de muchos de los lectores que pasan por aquí) y que se van acumulando en mi bloglines con sus actualizaciones. No he desertado, aviso. Volveré en cuanto tenga un pelín más de fuerza.

Mientras tanto el mar, ahí al otro lado, el cielo gris, la lluvia fina, y este tiempo impreciso que se columpia en la neblina que se deshilacha. Mientras tanto el silencio como bendición y la música como compañía.

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Y no pasa nada

Ayer leía en Marcella y su vestido a rayas un post con el que me identifico plenamente. Decía María que no puede entender que sucedan las cosas que suceden y la gente permanezca, permanezcamos todos, con esa dosis de indeferencia. Se refería sobre todo al asunto del Parlamento Europeo y ese texto tan molón sobre los inmigrantes. Eso que han firmado sin que hayamos ni pestañeado, entre otras cosas porque anda el personal muy entretenido con la Eurocopa.

No es lo único que nos viene de Europa en quien teníamos muchas esperanzas puestas. Ahí está lo de las 65 horas. Y ahí están los gobernantes tan progresistas, como se dice por aquí, «sin gurgutar», vamos, sin decir ni mu.

El sistema es muy listo. Y nosotros muy tontos. El sistema nos pone a funcionar desde que somos pequeñitos. Nos presenta el horror de los otros, los niños que se mueren de hambre en la lejana África. Nos orienta para que estudiemos, no sea que terminemos como esos adolescentes delincuentes y drogadictos. Nos muestra la necesidad (por nuestro bien, claro) de tener un trabajo, ese preciado bien por el que tantos se pelean y solo los elegidos consiguen, porque no hacerlo es entrar en la marginación. «Esa» horrible marginación de quienes viven en la calle, o debajo de un puente. De los que se apearon y así les va. Y una vez que hemos conseguido esa inmensa gloria de tener un trabajo (y se nos olvida que algo tendrá el trabajo cuando nos pagan por ello), entonces accedemos directamente a nuestra condición de consumidores de pleno derecho (hasta ese momento nos habían aficionado a ello, pero a cuenta de otros). Y como somos consumidores de pleno derecho, tenemos que comprarnos un coche (por el que nos empeñamos, porque tiene que ser un «buen» coche) Y tenemos que tener una casa (que nos hipoteca de por vida). Y así las cosas, para mantener nuestra condición de consumidores de pleno derecho, a trabajar como cabrones, porque si no lo hacemos, nos espera el abismo del desempleo, y el banco se llevará nuestro coche, y nuestra casa, y nos convertiremos en eso que nos asusta: en los otros. Los que no tienen nada, los que se quedaron a las puertas de este mundo nuestro a ver si caía alguna migaja. Cómo va quedarnos alguna energía para protestar cuando vemos de qué forma se va recortando todo, cómo nos convertimos cada vez más en esclavos, cómo somos sobre todo los cómplices de un sistema al que nos agarramos para no caer al otro lado de la frontera, que la mayor parte de las veces no está pintada en ningún sitio pero que  separa dos mundos con difícil arreglo.
Nos han inoculado el miedo. Miedo a perder el trabajo, miedo a perder lo que tenemos (porque hay que ver cómo nos agarramos a nuestras posesiones) miedo a la delincuencia que generan los del otro lado cuando entran en nuestro mundo, miedo a ser como ellos. Así que, tal como están las cosas, mejor que la separación entre un mundo y otro sea cada vez mayor. Mejor olvidarnos de la condición de emigrantes que quien más quien menos conserva todavía por sus venas . Porque nosotros lo hemos conseguido. Nosotros no somos como ellos. Y a ellos se les aparta y en paz. Además, qué coño, como si tuviéramos tiempo de pensar en esas cosas, con lo que tenemos que currar, que para eso el sistema ya se encarga de que euribor nos chupe la sangre, y si hay que trabajar 65 horas pues habrá que trabajarlas, que mira cómo está de cara la gasolina y lo que me gasta el 4×4 ése que utilizo sobre todo para ir a comprar el pan…

Así que nada. Nadie dice nada. Todos anestesiados, tan ocupados en mantener como sea nuestra estancia en este lado del mundo. En mantenernos, aunque sea en equilibrio inestable, sin caer al otro lado de la línea. Porque no queremos ser  como ellos.

A veces, como soy un poco boba, me da por pensar en un montón de gente de hace cien años, de hace setenta años, de hace incluso cincuenta años. Los que hacían huelgas durante meses y contaban con la solidaridad de tanta gente. Los que salían a la calle y llevaban leña, y los metían en la cárcel, y los mataban. Los que fueron construyendo la Europa de la libertad, y del bienestar, y del respeto. La Europa que envidiábamos cuando estar a este lado de los Pirineos era estar al otro lado de casi todo. No sé si no se les caería la cara de vergüenza, de verdad.

Supongo que uno termina teniendo lo que se merece, aquello contra lo que no es capaz de rebelarse. Hace un par de años charlando un día con el escritor José Carlos Somoza, contaba que le resultaba estremecedor, incomprensible y muy revelador, el hecho de cómo de un día para otro a los judíos alemanes se les había obligado a llevar una estrella cosida en la ropa porque sí, y que parecía increíble, pero no había pasado nada, todo el mundo había actuado con normalidad, con absoluta indiferencia. Como si no pasara nada.

No sé por qué, pero ahora me acuerdo mucho de eso.

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Noche mágica

Esta noche, si consigo reunir las fuerzas suficientes, que en ello estoy, saldré a cenar con mis amigas, las brujas de colores, para celebrar una de nuestras fiestas patronales (la otra es en Halloween, claro). Celebraremos la noche de san Juan cenando en un mexicano, que así de heterodoxas somos como brujas, lo que no quita que seamos la mar de eficientes.

Así que haremos conjuros. Quemaremos lo que haya que quemar, concentraremos nuestras energías, y aunque brujas, seremos tan buenas, que daremos hasta asco, de tanta bondad.Tanto, que de brujas nos convertiremos en xanas (la belleza nos sobra, o sea que por ahí no hay problema) y todos nuestros hechizos serán blancos, bondadosos, generosos y felices.

Y aunque no encontremos un trébol de cuatro hojas, ni saltemos la hoguera (con el tamaño que tiene la que han preparado en la Playa de Poniente, está la cosa como para saltar, dejando aparte que en la tradición asturiana, lo de saltar es típicamente masculino y asociado a la valentía), ni estemos en condiciones de coger la flor del agua en la madrugada, ni dejemos un hilo de oro suelto para que un tipo maravilloso tire de él y nos libere, ni nos metamos de madrugada en la playa para dejar que nueve olas alcancen nuestro vientre de forma sucesiva, para quedarnos embarazadas este año (que a alguna de nosotras era ya lo único que nos faltaba), ni hayamos enramado una fuente, ni siquiera convirtamos el huevo en el vaso de agua en un barco… estoy segura de que alguna magia haremos. Porque a la magia no hay más que convocarla.

Se admiten (hasta dentro de un rato) peticiones. Sumaré, en cualquier caso, vuestros deseos más queridos. Espantaremos melancolías, temores, malos rollos, penas, preocupaciones, agotamientos, esperas, desamores, desconsuelos, incomprensión, malos recuerdos, pesadillas, miedos, desasosiegos. Y brindaremos por lo que puede venir, por lo que tenemos (tan bueno), por mantener la esperanza, por los deseos secretos que no verbalizaremos, pero ahí estarán. Brindaremos por seguir juntas un año más, y por mantener esta extraña historia de amistad hechizada que nos une.

Feliz noche de San Juan a todos. Particularmente a mi colega de brujerías, la Bruja sin Escoba y a la Malvada Bruja del Norte, que a veces también se pasa por aquí.

(Bueno. Pues guay. Ahora resulta que wordpress tampoco me deja poner imágenes. El día menos pensado me mudo a blogspot. Arrggghhhh….)

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Pues eso, entre la melancolía propia de los domingos por la tarde y el agotamiento que me acompaña, menudo post de porquería que puede salir de aquí. Si a eso añadimos que esta tarde he visto «La torre de Suso», (sí, ya lo sé: qué novedad tan novedosa) que tenía por ahí sin ver, el cóctel es mortal.

Y eso que queda por jugar la Selección la final de la Eurocopa. Sí, he dicho la final…

En fin. Que llevo desde que vi la película viendo el modo de colgar una secuencia que me ha gustado particularmente, pero está visto que no me ha llamado el altísimo por los caminos de la edición cinematográfica, y si leen esto los Señores Paraguas (es decir, la niña iconoclasta y su novio y socio), ya tienen para reírse una buena temporada. Es que ni con el Windows Movie Marker, que debe de ser lo más simple de todo. Ni por ésas.

Lo que yo quería era colgar un trocito de la película que a estas alturas todo el mundo ha visto: el momento en que, tras el funeral de Suso, los cuatro amigos supervivientes se reúnen en su casa, se emborrachan y ponen viejos discos. O sea, viejos discos, vinilos, de «mi» época. Y suenan, entonces Los Stukas, que no sé yo la relevancia que tuvieron en todo el país, pero aquí, en aquellos primeros 80 fueron casi como de himno. Así que aquí estuve, como una boba, cantando con Javier Cámara y Gonzalo de Castro y demás, Hazañas bélicas, descubriendo que, a pesar de los años transcurridos (¡¡que es del 81!!) recordaba la letra de memoria… Y como tengo el día tonto me dio una tristeza igual de tonta. No por mí, por la peli, y por los personajes tan de la cuenca de donde yo procedo, por esa generación particularmente golpeada por el caballo y por la desesperanza. Hay una teoría que algunos tachan de leyenda urbana o de conspiranoia, que indica que el Poder (y cuando hablo del Poder, naturalmente me refiero al Gran Poder y no a las tonterías esas de los gobiernos, que al fin y al cabo no son más que los entretenimientos que ese gran poder nos deja, para que creamos que podemos ponerlos y quitarlos votando y demás…) se preocupó especialmente porque las drogas llegaran a los puntos particularmente conflictivos de la geografía. Y las cuencas mineras (tanto la del Caudal, como la del Nalón) eran zonas particularmente preocupantes al respecto para ese Gran Poder. No entro demasiado en ello, porque resulta, ya digo, un poco conspiranoico. Lo que sí es cierto es que fue una zona en la que el azote de la heroína se llevó por delante a una generación entera: unos porque se murieron, otros porque nunca fueron los mismos.

Vamos, que todas esas cosas, la música de los Stukas (eh, eh, eh, mira a esa chica/eh eh eh, qué buena está/ eh eh eh, la de vaqueros ajustados/ eh eh eh, está queriéndote atrapar…) y la peli, y esta atmósfera cargada, que amenaza tormenta, pero no termina de soltarse, y este domingo por la tarde de melancolías diversas…

Que mañana será mejor. Espero.

(El making off de la peli)

Y aquí, creo, puede escucharse Hazañas bélicas, que no hay manera (wordpress es un poco latoso para colgar música) de ponerla…

Actualización a las 23:30.- Pues no. España no jugó hoy la final, pese a mi pronóstico. Y por fin ha pasado de cuartos. Pa un año que voy yo con Portugal...

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Los últimos días de junio en los lejanos veranos de la infancia eran una promesa. De pronto se terminaba el colegio y comenzaba la vida salvaje, las zapatillas de lona nuevas, los vestidos de verano, los pantalones cortos. Las cerezas, la alta hierba de los prados segada, el orbayu de San Juan. Y Blanqui. Blanqui volvía cada año cuando finalizaba junio a pasar el verano en nuestro pueblo con su familia, con su madre, con su hermana pequeña, con su hermano mayor. Los fines de semana llegaba también su padre y ella se ponía muy contenta. Blanqui era muy especial. Traía consigo un equipaje que yo atribuía entonces a su condición urbana, pero con los años he comprendido que no, que lo traía de serie. Era ella. Una imaginación desbordante,  unas ideas que para mí eran impensables ( «¿Y si resulta que no existe Dios?» le dijo un día al borde de los once años a mi infancia de colegio de monjas y misa los domingos) , unas lecturas que me impresionaban (ella leía La madre de Gorki cuando yo apenas salía de los libros de Los Cinco de Enid Blyton…)  Blanqui era morena, menuda, ágil. Tenía una enorme sonrisa y un pichi de color naranja y por la mañana hacíamos juntas los recados, y las tardes trepábamos a los árboles, jugábamos a las hadas en un bosque de castaños, recortábamos mariquitas en los días de lluvia, compartíamos confidencias al atardecer, tratábamos de entender el mundo y merendábamos rebanadas de pan con mantequilla y azúcar.

El verano era un tiempo interminable, un territorio que , sobre todo en aquellos últimos días de junio se extendía ante nuestros ojos como algo inabarcable. La enloquecían los perros, los cachorros que mi perra, Pastora, paría cada verano y nos acompañaban en nuestras andanzas hasta que terminaba el verano. Le gustaban tanto los perros, que un día, por acariciar el de una vecina, que no estaba demasiado acostumbrado a los mimos, recibió una mordedura tan impresionante en un brazo que todavía me mareo cuando recuerdo la sangre brotando y aquella sensación de desgarro. Blanqui tenía una gran colección de mariquitas que recortaba con una precisión increíble  y jugábamos a hacer festivales de la canción después de vestirlas con sus mejores galas.

El verano entonces era el mundo. Septiembre estaba tan lejos, sonaban en la radio canciones que hablaban de sol y de playa, tan lejana entonces en aquel pueblo de montaña, pescábamos renacuajos en el bebedero de las vacas, y contemplábamos fascinadas la forma en que iban creciendo cómo disminuía su cola, cómo aparecían las patitas, cómo se convertían en rana, y ni siquiera esperábamos que alguno de ellos se convirtiera en príncipe. Arrancábamos ciruelas rojas de los árboles, hacíamos vestidos entrelazando hojas de castaño, cantábamos a voz en grito todas las canciones de verano.

Blanqui volvía siempre con el verano, y se iba con septiembre, y su despedida ponía siempre el punto final al verano, y una tristeza extraña, desconocida, que tenía mucho que ver con la melancolía. Siempre nos prometíamos que nos escribiríamos muchas cartas, pero no era verdad del todo. Apenas un par de ellas, no más, porque el curso era otra cosa, otro mundo, el colegio le ponía su propio ritmo a la vida y el verano parecía un tiempo perdido, una lejanísima colección de imágenes perdidas en la memoria. Hasta que volvía.

Un año no volvió. Sus padres cambiaron de planes a la hora de pasar el verano, y aunque un par de años más tarde estuvo unos días allí, las cosas eran diferentes. Estrenábamos la adolescencia y algo se había roto, aunque no supiéramos muy bien qué.

Y luego se hizo el silencio, porque la vida es así, y crecimos, y hubo ciudades, y trabajos, y vidas, y amores.

Hace un par de años la busqué y la encontré porque en esta sociedad de la información nuestras huellas son relativamente sencillas de seguir si nos empeñamos. Fue estupendo volver a encontrarla, comprobar que sigue habiendo algo de la Blanqui mágica y niña en esta Blanca adulta,  profesional, equilibrada, madre. Tiene, todavía, una cicatriz en el brazo, y el brillo en los ojos.

Y ahora, que vuelve el verano, aunque no haya árboles a los que trepar, ni castaños que susurran con la brisa, ni cerezas, vuelvo a pensar en ella.  Y en el corazón se me pinta un sol grande. Amarillo.

(Y los jóvenes no se me rían de la estética de la época. Qué le vamos a hacer, si ya han pasado taaaaaaaaaaaaantos años…)

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Los amores a destiempo son muy peligrosos. La mayor parte de las tonterías que hace uno, a veces con graves repercusiones para el resto de la gente, suelen generarse por un corazón (o por otra parte de la anatomía) saltarín, por un estado de enamoramiento, que ya lo sabemos todos, no deja de ser un trastorno mental (leve en el más favorable de los casos, de imprevistas consecuencias en otros). Uno se enamora y hace tonterías. Uno se enamora a destiempo (esos amores de edades imposibles, o de estaturas imposibles, o de incompatibildades manifiestas) y el resultado puede ser (de hecho muchas veces lo es) para hacer, como mínimo una película.

Hubo un tipo llamado Sah Jahan, que, enamorado hasta las trancas, construyó (bueno, seamos rigurosos, que no lo hizo él con sus manitas, más bien mandó construir) el Taj Mahal para manifestar su amor y ahí ha quedado, por los siglos. Para que generaciones y generaciones disfrutáramos de esa belleza y conociéramos la historia de amor que encerraba.

Pero los tiempos cambian y todo se vuelve muy cutre. Y va Sarkozy, y se enamora de una modelo muy mona, que además canta, a la que conoció justamente en una reunión con creadores y artistas y esas cosas, en la que el colectivo reivindicó ante el presidente la necesidad de poner coto a tanta descarga de internet. Y como no se le ocurre otra cosa,  presenta un proyecto de ley de protección de la creación en Internet, que prevé el corte de la conexión a la red de los que se descarguen archivos de esos que llaman ilegales.

A mí este asunto me cabrea mucho. Respeto infinitamente a los creadores, faltaría más, y creo que cada uno tiene que percibir una retribución por su trabajo. Y yo no tengo ningún problema en que eso sea así. Ahora bien, que no nos cuenten películas. Que no nos traten como a delincuentes porque esto no se diferencia en nada de aquellos tiempos lejanos en que con un radiocassette nos grabábamos canciones de la radio. O cuando nos pasaban una cassette grabada, que compartíamos. Ah, claro, que han cambiado las tecnologías… Pues qué lástima. Y sobre todo, qué pena que sean ustedes tan torpes, señores de las discográficas y de las sociedades de gestión (que viene a ser lo mismo), que no han sabido ver (y no han sabido verlo porque estaban muy ocupados cobrándonos 20 eurazos por un disco y tratando de sacar provecho a corto plazo) que el modelo de negocio empezaba a quedarse obsoleto. Que han despreciado el poder de las nuevas tecnologías, aferrados a las ganancias que les proporcionaba su forma de presentarnos los productos. Que no han movido el culo para, como mínimo, seguir el ritmo del avance de internet. Que han tenido el patrimonio (y ahí tan ricamente se han instalado) de la música que debería gustarnos a fuerza de meternos a todas horas en todas las emisoras de radio las mismas canciones. Qué mala suerte, fíjese usted, ahora eso ya no sirve.

Y ahora, como eso ya no sirve, entonces los gobiernos tienen que tomar medidas contra esta panda de piratas, que podemos descargar música, pero pagamos más que nunca (y encantados) por los conciertos. Y que encima, hasta nos compramos discos, que hay que fastidiarse, que tengamos que ser insultados y tratados de delincuentes, cuando muchos de nosotros nos compramos los discos que bajamos y nos gustan. Y ahora, como su modelo de negocio no sirve, los gobiernos tienen que tomar medidas porque está en peligro la música. Ja. ¿La música? La música nunca ha gozado de más salud que ahora. Nunca ha habido mayor cantidad de propuestas, nunca se ha escuchado tanta música, se ha asistido a tantos conciertos… Ah, claro, que a lo mejor ya no es como antes… que a lo mejor ya no es justo la música que ellos quieren… pues qué mala suerte. Torpeza suya, de nuevo.

Ahora como su modelo no sirve, tienen que venir los gobiernos (los mismos gobiernos que dejaron a sectores en crisis que se jodieran con su propia reconversión) a salvar la cultura. La Cultura. Los Creadores de Contenidos… Y a mí me da la risa, porque a veces hasta dicen que de qué sirve internet si acabamos con los creadores de contenidos. ¿De verdad pretenden que sigamos creyendo en la sacralización de la Obra Cultural, de la Obra Artística? En qué siglo estarán instalados. Internet tiene sentido porque todos somos creadores de contenido. Porque escribimos todos, y colgamos nuestras fotos, y nuestros vídeos, y nuestras interpretaciones. Porque internet se apoya en esa comunicación, en esa creación (deliberadamente escrita con minúsculas, que para eso no somos Excelsos Creadores) de a diario. Y sí: claro que la gente se descarga canciones. Y películas. Y capítulos de series. Y cuál es el problema… ¿que lo hacemos gratis? Ah, ya… ¿Y no se les ha ocurrido que hay formas de conseguir sacar dinero para seguir manteniendo su negocio, y por supuesto, para que los creadores perciban lo suyo, que puede generar el propio medio? ¿Las televisiones no nos dan «gratis» películas? Ah, que ponen publicidad… Pues claro. Pues busquen la forma, que seguro que existe.

Porque tengo malas noticias para ustedes. Da igual. Pueden cortar conexiones, pueden meter en la cárcel a millones de internautas, pueden hacer lo que quieran. Pero esto es imparable. Esto va más rápido que sus estúpidas intenciones de poner puertas al campo. En lugar de eso, si fueran listos, estarían viendo la forma de adaptarse, en lugar de pelear contra un enemigo que no lo es. Ustedes son su propio enemigo: su torpeza, su empeño en mantener las cosas en el mismo estado (porque hay que reconocer que les iba bien ¿verdad?).

Ya sé que hay alguno poniendo a remojar las barbas por aquello de que en Francia van a empezar -según dicen- a pelarlas. Pero veremos a ver cómo intentan vendernos la moto, teniendo en cuenta que estamos pagando un canon que se justifica diciendo que vamos a utilizar los soportes para grabar archivos digamos ilegales…

Qué malos son los amores a destiempo. Esos en los que uno de los dos (esto es muy masculino) necesita impresionar al otro, poner a sus pies algo realmente meritorio. A Sarkozy podía habérsele ocurrido mandar construir un Taj Mahal para Carlita Bruni en mitad de los Elíseos. Pero no, será el signo de los tiempos, la cutrez en la que vivimos instalados, que le habrá llevado a decir: «Tú no te preocupes, cari, que con esto de los piratas esos que te roban las canciones, termino yo en un pispas». Y ella le habrá dicho «Pues rapidito, cuqui, que mi disco sale en julio»

(Efectivamente NO es Carla Bruni. Es Mumtaz Mahal, en cuya memoria fue construido el Taj Mahal… Claro, que sus méritos igual eran más que los de Carla Bruni, sobre todo si tenemos en cuenta que falleció en el parto de su decimocuarto hijo…)

Nota: Agradecimientos mil a todos los que os pasasteis por la presentación del libro de Sofía ayer. Estaba muy contenta de ver allí al «clan de la BrujaRoja», como dice ella, con lo bien que viene sentirse arropada en esas circusntancias… Y encima hasta comprasteis el libro, que no era obligatorio… 🙂 Espero que disfruteis de los poemas… y de verdad, muchas gracias. (Lástima de fotos: habría podido poneros cara… ejem)

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Luna llena gigante

Desde las ventanas de mi casa, desde la terraza, el Este se ve regular. Si consigo reunir las fuerzas suficientes (esta tarde ya he tenido mi dosis extra, porque salí a la calle y estuve de cháchara con tres de mis amigas) bajaré a la playa cuando haya anochecido, para ver la luna, si se deja (a ver cómo andamos de nubes), porque la luna llena de este mes (bueno, la que coincide con el solsticio de verano, aunque la fecha varíe…) es un espectáculo.

Hoy en el telediario oí a un experto en no sé qué, que decía que no había ninguna evidencia de que la luna influyera en la gente. Siempre me hace mucha gracia cuando oigo a los científicos que dicen que no hay ninguna razón objetiva para todas esas influencias que, por otra parte, es obvio que existen. Todos sabemos lo de los partos, cómo son las noches de luna llena en los psiquiátricos, está demostrado estadísticamente que aumenta el número de delitos… Son pruebas. Que no se sepa la razón por la que eso sucede no quiere decir que no suceda. La forma en que nos afecta a los mortales comunes y corrientes, puede ser discutible. Yo sé que en mí tiene un efecto muy parecido al síndrome premenstrual: irritabilidad, malestar, dolor de cabeza, hipersensibilidad y tendencia al llanto… Vamos, lo normal. Conozco a mucha gente que le pasan cosas parecidas. No sé por qué es , si la luna no deja de ser un satélite feo, polvoriento y solitario y la espectacular luz con que pinta las noches nada tiene que ver con su naturaleza.

Pero aun así, todos tenemos historias de luna. Unas más románticas que otras. Puede que algunas trágicas y terribles. Unas divertidas, como la de mi abuelo, que cuando era pequeño se escapó con unos amigos suyos al monte con unas cuerdas porque había visto cómo se posaba la luna en una sierra y estaba convencido de que podían agarrarla. La luna es un instrumento de trabajo (como dice Pedro de Silva en el título de uno de sus libros de poesía) , la luna que no es una, que son muchas, las lunas de menta, las lunas azules, las lunas rotas, las lunas de espejos, las lunas negras… Las lunas que inspiran a los poetas y que son las cómplices de algunos de los episodios de nuestra vida. Unas asociadas a momentos inolvidables con aquel chico hiperguapísimo, y otras a momentos de muchas risas con un grupo de amigos. Unas como escenario de todas las lágrimas y los desamores. Otras como el mágico decorado de luz y sueño en el que creímos que era posible casi todo.
Yo recuerdo una luna memorable de principios de julio hace muchos años ya, en La Providencia, en la granja de Guzmán, donde nos reunimos un montón de gente de aquel taller literario. Allí estaba Ignacio, y Juan Carlos, y Carmen, y Merche, y David, y María Luisa, y Carmen y la otra Carmen, y Hugo, y tantos más. Hubo luna y hubo historias de miedo, y una historia de un anillo que se montaron Guzmán y Merche y que nos hicieron casimorirnos de miedo… Había una luna enorme en el cielo, que no sale en ninguna de las fotos de aquel día, y había palabras y yo lo recuerdo con una noche verdaderamente feliz. Recuerdo también una luna llena en Madrid, también a principios de julio, en la terraza de un hotel en Chamartín, con unos cuantos escritores, y con Paolo, un realizador de televisión italiano, con el que desde entonces nos intercambiamos correos o esemeses casi cada luna llena. A veces se nos olvida a los dos. Recuerdo también una luna llena de septiembre, de hace unos años, con mi amigo Javier, paseando por el Muro, un par de días antes de que se marchara para incorporarse a su trabajo en Rusia. Y una luna llena de agosto, la noche de uno de nuestros aniversarios, paseando con M. y con los niños por el Muro con la luna enorme en el cielo.

Todos tenemos historias de luna llena. ¿ O no?

(Yo, esta noche, sin falta, le envío un correo a Paolo. Si puede ser, si lo consigo, con una enorme luna en el cielo de la ciudad que él también ama.)

Feliz luna llena a todos. Y si fuera cierto que la luna llena es mágica, me hagan el favor de poner a trabajar ese mágico influjo para ser un poco más felices…

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Como ya tengo una edad, ya he aprendido que no todos los amigos (en realidad casi ninguno) son para siempre. Ayer, en el post de la Petite en Belgique, se hablaba de ello. A veces intentar mantener contra viento y marea una relación de amistad es un error tan grande como intentar mantener al precio que sea una relación de pareja. No digo que no haya que cuidar de los amigos. Por supuesto. Pero también hay que entender que lo de Amigos para siempre lailolailolaloilá… en los Manolos, y nada más. De hecho, los amigos que son para siempre, casi nunca surgen de grandes declaraciones con vocación de eternidad. Están, sin más. Pasan los años y siguen. A veces dejamos de verlos durante mucho tiempo. A veces se nos olvidan sus cumpleaños. Pero cuando vuelves a verlos, todo sigue siendo igual. Puedes seguir hablando, continuando una conversación que pareció iniciada la víspera.

Cosa de los años también: he aprendido el enorme valor de esos amigos para siempre, pero ello no me lleva a despreciar a los que son puramente temporales. Hay personas que se cruzan en tu camino en un momento determinado, que te acompañan un tramo, y en ese tiempo te hacen feliz, te ayudan a ser más fuerte, comparten tus días, un episodio, una etapa. Y luego se quedan, o se van por otro camino, y debemos dejarlos ir, con el agradecimiento del tiempo que nos regalaron, del bien que nos hicieron.

Todo esto para decir que hoy he comido con Lara. Y que me he dado cuenta de que aunque nunca nos lo hayamos propuesto, ni nos hayamos abrazado borrachas (cosa harto difícil, dada mi proverbial naturaleza abstemia) jurando que siempre seríamos amigas, ni nada parecido, tengo la impresión de que acabaremos por serlo, porque los años pasan, y ya van más de doce, y ahí sigue su mirada azul, cómplice perfecta, y ahí están tantas cosas compartidas en la cercanía y en la distancia, ese sabernos aunque nos haya separado un océano, los temores, las alegrías, los helados paseando por el Muro en verano, tanta confidencia, tantos abrazos, tanto cariño.

Hoy, ante un pastel de algas y un cuscus con naranja (qué cosas tan ricas se comen en Ocle, el vegetariano de Vero, en la calle Santa Doradía…) me he dado cuenta de cuánto me gusta estar con ella, de lo bueno que es tenerla ahí, aunque sea para recordarme que he engordado -y tanto, por supuesto- mientras sonríe y me habla de su librería, de sus niños, de su vida, mientras desgrana sus horas de frenética actividad, sus proyectos, y yo la escucho, y la miro, y sigo viendo a la chica tan joven que conocí, estudiante entonces de Psicología, que escribía de maravilla, que se enamoraba y sufría desamores que amenizábamos con canciones, que me escuchó tantas veces, y me doy cuenta de cómo ha conseguido gestionar su vida, de la energía tan impresionante que tiene para tirar adelante con todo. Y la veo feliz, dueña de su vida, aunque sus enanos (Lara es una madraza de las de verdad, de las que leen cuentos a los niños aunque lleguen reventadas de trabajar, de las que no se agobian ni corren a Urgencias desesperadas porque su niño, -esta misma mañana, en el cole-, se ha dado un porrazo y tiene un chichón, de las que consuelan, escuchan, cuidan y alientan) le tengan secuestrado su tiempo.

Hoy, además, Lara me ha regalado (además de un libro precioso, que se llama Me encanta...) un proyecto. Sé que en mi situación, lo de los proyectos hay que tomarlo con mucha calma. Que no estoy para nada, ya lo sé. Pero me ha hablado de algo que han pensado ella y Adriana, y que yo había soñado hace unos meses. Y menos mal que se lo había contado a M., que puede atestiguarlo, porque si no, estoy parecería más bien cosa de brujería… muy propio, por otra parte… En fin, que tengo que pensar en ello, para dentro de unos meses, y si se concretara (y todo dependerá de cómo me encuentre yo) ya iré contando… Por lo pronto puedo decir que me ha resultado bastante extraordinario que me haya propuesto justamente algo a lo que yo ya le había dado vueltas. Seguro que es cosa de magia…

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Recordatorio para aquellos madrileños que quieran, puedan y les apetezca. Y de paso ejerzo de madredelaartista, que ya es una costumbre…

Mi hija presenta su libro «Últimas cartas a Kansas» este miércoles , 18 de junio, en Arrebato Libros, que está en Calle La Palma, 21. Será a las ocho de la tarde.

Leerá algunos poemas, y esas cosas que se hacen en las presentaciones. Si vais por allí, favor de identificaros, insisto, para que ella me cuente cómo sois y eso…

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