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Archive for 17 de junio de 2008

Como ya tengo una edad, ya he aprendido que no todos los amigos (en realidad casi ninguno) son para siempre. Ayer, en el post de la Petite en Belgique, se hablaba de ello. A veces intentar mantener contra viento y marea una relación de amistad es un error tan grande como intentar mantener al precio que sea una relación de pareja. No digo que no haya que cuidar de los amigos. Por supuesto. Pero también hay que entender que lo de Amigos para siempre lailolailolaloilá… en los Manolos, y nada más. De hecho, los amigos que son para siempre, casi nunca surgen de grandes declaraciones con vocación de eternidad. Están, sin más. Pasan los años y siguen. A veces dejamos de verlos durante mucho tiempo. A veces se nos olvidan sus cumpleaños. Pero cuando vuelves a verlos, todo sigue siendo igual. Puedes seguir hablando, continuando una conversación que pareció iniciada la víspera.

Cosa de los años también: he aprendido el enorme valor de esos amigos para siempre, pero ello no me lleva a despreciar a los que son puramente temporales. Hay personas que se cruzan en tu camino en un momento determinado, que te acompañan un tramo, y en ese tiempo te hacen feliz, te ayudan a ser más fuerte, comparten tus días, un episodio, una etapa. Y luego se quedan, o se van por otro camino, y debemos dejarlos ir, con el agradecimiento del tiempo que nos regalaron, del bien que nos hicieron.

Todo esto para decir que hoy he comido con Lara. Y que me he dado cuenta de que aunque nunca nos lo hayamos propuesto, ni nos hayamos abrazado borrachas (cosa harto difícil, dada mi proverbial naturaleza abstemia) jurando que siempre seríamos amigas, ni nada parecido, tengo la impresión de que acabaremos por serlo, porque los años pasan, y ya van más de doce, y ahí sigue su mirada azul, cómplice perfecta, y ahí están tantas cosas compartidas en la cercanía y en la distancia, ese sabernos aunque nos haya separado un océano, los temores, las alegrías, los helados paseando por el Muro en verano, tanta confidencia, tantos abrazos, tanto cariño.

Hoy, ante un pastel de algas y un cuscus con naranja (qué cosas tan ricas se comen en Ocle, el vegetariano de Vero, en la calle Santa Doradía…) me he dado cuenta de cuánto me gusta estar con ella, de lo bueno que es tenerla ahí, aunque sea para recordarme que he engordado -y tanto, por supuesto- mientras sonríe y me habla de su librería, de sus niños, de su vida, mientras desgrana sus horas de frenética actividad, sus proyectos, y yo la escucho, y la miro, y sigo viendo a la chica tan joven que conocí, estudiante entonces de Psicología, que escribía de maravilla, que se enamoraba y sufría desamores que amenizábamos con canciones, que me escuchó tantas veces, y me doy cuenta de cómo ha conseguido gestionar su vida, de la energía tan impresionante que tiene para tirar adelante con todo. Y la veo feliz, dueña de su vida, aunque sus enanos (Lara es una madraza de las de verdad, de las que leen cuentos a los niños aunque lleguen reventadas de trabajar, de las que no se agobian ni corren a Urgencias desesperadas porque su niño, -esta misma mañana, en el cole-, se ha dado un porrazo y tiene un chichón, de las que consuelan, escuchan, cuidan y alientan) le tengan secuestrado su tiempo.

Hoy, además, Lara me ha regalado (además de un libro precioso, que se llama Me encanta...) un proyecto. Sé que en mi situación, lo de los proyectos hay que tomarlo con mucha calma. Que no estoy para nada, ya lo sé. Pero me ha hablado de algo que han pensado ella y Adriana, y que yo había soñado hace unos meses. Y menos mal que se lo había contado a M., que puede atestiguarlo, porque si no, estoy parecería más bien cosa de brujería… muy propio, por otra parte… En fin, que tengo que pensar en ello, para dentro de unos meses, y si se concretara (y todo dependerá de cómo me encuentre yo) ya iré contando… Por lo pronto puedo decir que me ha resultado bastante extraordinario que me haya propuesto justamente algo a lo que yo ya le había dado vueltas. Seguro que es cosa de magia…

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